Ayer tuve la tercera cita con la nutricionista, para continuar con el rigor de mi plan de reducir cms. Como siempre, el momento de la medición me causa pánico y ansiedad.
Es una medición a pulso de "yo" contra "mi". El entrenamiento para aprender a trotar, la apuesta al pilates, el desafío del TRX y ser coherente al servir en el plato la cantidad justa y balanceada de comida, rechazando el exceso de apetitosos carbohidratos por colores verdes... todo ese esfuerzo rebobina como una película en mi cabeza justo antes de empezar a sentir la presión del vernier midiendo. Al final lo que uno espera es ver resultados, donde cada centímetro cuenta.
Además, en esta cita llevaba el examen de insulina y un perfil 20, cuyas nomenclaturas eran indescifrables para mí.
Resultado: Oh yeah baby. Fuck. Fuck. Fuck.
¡Oh yeah baby! Sigo perdiendo medidas, y esta vez se sumaron los muslos al afán de verse mejor; además no tengo ningún problema con la insulina, más bien mi cuerpo procesa bastante bien el azúcar. (Ignoré los kilos, adiós a la pesa, bienvenido el metro)
Fuck. Fuck. Fuck. Tengo un perfecto cuadro de anemia. La hemoglobina y los hematocritos están de huelga, mi sangre no es tan roja como debería, y los glóbulos rojos no son tan grandes como quisieran ser.
Se supone que debería estar fatigada, cansada y agotada. La verdad no lo estoy, aunque después de salir de la consulta comencé a sentirme mal. (La mente es una vainita seria...)
Así que más hierro y más carne, menos granos y fibras. Al plan de reducir centímetros se le suma una meta más importante: tengo 30 días para enrojecer mi sangre.
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